Facebook ha admitido, por fin, su verdadero papel censor: eso
que presentan como “verificación de hechos” es una caza de brujas
de opiniones divergentes (1).
El periodista John Stossel presentó una demanda judicial para
demostrar que la supuesta lucha contra la “desinformación” de los
monopolios tecnológicos es una farsa (2). Publicó dos vídeos en los que
abordaba el cambio climático. Ninguno de los dos cuestionaba la
realidad del cambio climático, sino que cada uno de ellos abordaba
otras cuestiones conexas, como la gestión forestal y el uso de la
tecnología para adaptarse.
Esto demuestra que en asuntos como el cambio climático no basta
con repetir sólo una parte; hay que insistir en todo el repertorio
clásico de temas ligados a la cuestión central para no dejar lugar
a dudas: es la peor catástrofe de la historia de la humanidad, hay
que gastar billones para combatirlo...
Sólo por eso, Facebook prohíbe o margina algunos reportajes,
privándoles de lectores. Pero cuando le demandan, Facebook se
encoge de hombres y dice “¡No hemos sido nosotros!” Ellos
subcontratan la censura a sicarios como Science Feedback, que
deben cobrar por cada hereje al que llevan a la hoguera.
Facebook califica a este tipo de mercenarios, estilo Newtral y
Maldita, de “verificadores independientes” porque venden la burra
muy barata. Al mejor postor.
El New York Post se ha encontrado con el mismo problema varias
veces. En febrero del año pasado publicaron un artículo
preguntando si el coronavirus se había escapado desde el
laboratorio de Wuhan. La información fue calificada de falsa por
los censores de Facebook.
Los verificadores, dice el New York Post, se basan en un grupo
reducido de “expertos” interesados en rechazar ciertas teorías,
incluyendo EcoHealth, que financió el funcionamiento del
laboratorio de Wuhan. Por lo tanto, si la fuga del virus fuera
cierta, serían responsables de los daños causados y estarían
obligados a indemnizar.
Cuando Twitter bloqueó los informes del New York Post asegurando
que el ordenador de Hunter
Biden era un “equipo pirateado”, no se basó en nada. Sólo
era una excusa para que la reputación de la familia presidencial,
padre e hijo, permaneciera inmaculada y, con ella, el partido
demócrata al que Twitter sirve.
La “verificación de hechos” se ha convertido en un negocio, otro
más, propicio para trepas y vendidos de todos los pelajes. Está
financiada por magnates oscuros, como George Soros, con la
apariencia de ONG y al servicio de los monopolios tecnológicos y,
por supuesto, del discurso dominante.